En febrero de 2006 la señora Nazaria-Gabriela González Hernández envió, al Ayuntamiento de Orihuela, un documento que está recogido en esta página.

 

Carta de presentación

Miguel Hernández

Lina la cantinera

Juliana "La Boba"

La muerte de Moisés y la de su mula

Un mártir que "dos veces murió"

La conciencia es a la vez testigo, fiscal y juez

La muerte de una maestra de niños

Don Juan y Don Esteban -maestros-

Un mártir y sus escapularios

Brígida la cacharrera

Epitafio para una tumba ignorada

A mi padre

Caperucita roja

La tía Maura

Epílogo

 

 

 

San Sebastián, 20 de febrero de 2006.

Sr. Alcalde y demás componentes de ese Ayuntamiento -ORIHUELA-

Muy Sres. míos:

    Después de saludarles, paso a presentarme. Me llamo Nazaria-Gabriela González Hernández y nací en Alaejos -Valladolid- el día 12 de junio de 1925, D.N.I. 15047677. Mi padre se llamaba Hilario-Bernardo González y mi madre Irene Hernández.

    Confiando en su amabilidad me he tomado el atrevimiento de enviarles estos escritos míos donde he plasmado a mí modo un reflejo de lo que fueron aquellos infaustos días del franquismo, y también porque a la altura de mis años siento la necesidad de transmitirlo a los demás; y hoy le ha tocado a ese Ilustre Ayuntamiento de Orihuela.

    Gracias por su atención y mil perdones por haber dispuesto de su tiempo.

    Reitero mi saludo.

 

    Miguel Hernández, nuestro poeta, también fue víctima del terrorismo franquista como todos sabemos.

    Fue detenido y confinado en las cárceles inmundas e insalubres, donde se apiñaban los hombres maltratados y mal alimentados. Miguel Hernández en ese ambiente malsano, contrajo la tuberculosis. Aprovechando esta situación, los fascistas le propusieron que si renunciaba a sus ideales socialistas y se avenía a militar en las filas de la Falange Española sería tratada convenientemente su enfermedad; de lo contrario sería abandonado. Querían apoderarse de sus sentimientos, de sus poesías, de sus bellas metáforas.

    Miguel Hernández contestó: "Yo nunca traicionaré a mis compañeros, ni vivos ni muertos". Fue totalmente abandonado sin la menor ayuda. Los falangistas franquistas cumplieron su amenaza.

 

LINA LA CANTINERA

      Lina era una sencilla y humilde mujer viuda que se ganaba la vida en su cantina. Al anochecer de cada día, dejado el trabajo, iban a su cantina los trabajadores y mientras charlaban solían comer a modo de cena un trozo de raspa de bacalao, una morcilla o un trozo de tocino. Todo esto lo regaban con un vaso de vino tinto que costaba 20 céntimos de peseta o como se decía antes "dos perras gordas". Si alguna vez alguno de estos hombres no disponía del importe, ella, Lina, les servía el vaso de vino como si hubiera pagado, así era de generosa y comprensiva.

    Algunas veces pasaba por allí Bernardo el Pañero -mi padre- y con la simpatía que le caracterizaba invitaba a todo el mundo y pagaba todos los vasos de vino y alguna cosilla más.

    Lina, esta mujer buena, esta mujer buena, honrada y trabajadora fue  asesinada por los falangistas franquistas de Alaejos. Fue trasladada a la cárcel de Medina del  Campo de donde desapareció. Luego se supo que fue arrojada a un pozo junto con otros mártires.

¡La paz sea con vosotros!

 

JULIANA "LA BOBA"

    Juliana era una joven-niña de unos trece-quince años ingenua y sin maldad alguna. Solía deambular por las calles de Alaejos siempre sola. Los niños de aquella época, hace ya más de sesenta años, tontamente la perseguíamos y con ánimo de insultarla, de reírnos de ella la decíamos "Juliana la Boba", "Juliana la Boba", ella nunca se defendió de nuestro ataque, de nuestra burla, sino todo lo contrario, nos miraba dulcemente sonriendo, mostrando en su cara la bondad y la ternura que había en su corazón.

    Para mencionarla, en el pueblo, todos o casi todos, la llamábamos así, con ese apodo tan peyorativo, y lo que sucedía era que en nuestra torpeza, en nuestra ignorancia e incomprensión, lo mismo los niños y casi todos los mayores, no supimos apreciar que a nuestro lado vivía un ser humano extraordinario, un ser inocente que no conocía el odio, la envidia, la ambición y todas esas pasiones que nos esclavizan.

    Algunas veces Juliana iba por nuestra casa y a pesar de mi torpe y estúpido comportamiento, ella siempre de hablaba cariñosamente, yo diría hasta con amor. Mi madre siempre la daba de comer. En su casa la situación económica no era buena. Su padre, un hombre bueno, un sencillo trabajador del campo fue asesinado por los falangistas-franquistas de Alaejos.

    Ahora, desde la altura de mis años, veo a Juliana como algo precioso que se nos dio gratuitamente, como algo puro e inmaculado, con esa pureza que conocieron Adán y Eva en el paraíso.

    En estas líneas quiero reflejar mis sentimientos y pedir perdón con respeto y con amor, a nuestra querida Juliana la cariñosa, Juliana la bondadosa.

 

LA MUERTE DE MOISÉS Y LA DE SU MULA

    Moisés Vadillo vivía en la compañía de sus dos hermanos, Luis y Donato. Vivían en la casa propiedad de los tres hermanos. Los tres estaban solteros. Eran labradores y vivían del  producto de sus tierras, también de su propiedad que ellos labraban con la ayuda de tres mulas. Cada mula era, respectivamente, propiedad de cada hermano.

    Llegado el año 1936, las hordas falangistas de Alaejos asaltaron la casa de los hermano Vadillo. Iban a por Moisés. Prometieron al hermano mayor, Luis, que a Moisés nada le iba a pasar. En el mismo momento que se personó Moisés, los falangistas le acribillaron a balazos. Seguidamente, guiados por unos instintos salvajes y primitivos, los falangistas-franquistas fueron hasta la cuadra de las mulas y la mula que pertenecía a Moisés, llamada "la Republicana"  como si esto fuera un delito, también fue acribillada a balazos. Creo que sobran las palabras. Moisés era un hombre amable, cariñoso y muy educado. Era pariente lejano nuestro y le gustaba usar este parentesco hasta el extremo que lo mismo a mi madre que a mi padre les trataba de tío y tía. Solía ir con frecuencia a nuestra casa. En el verano no tanto porque él como sus hermanos estaban muy atareados recolectando la cosecha de sus tierras; pero durante el invierno, nos visitaba más veces. Cuando llegaba a casa solía decir: "Tía, hoy hace mucho frío." y allí se sentaba entre nosotros alrededor de la chimenea y conversaba animadamente con mi padre. A Vicente y a mi, los dos menores, siempre no dedicaba una caricia. En su rostro se adivinaba que estaba muy a gusto. Mi madre sacaba algunos rollos y mojicones y el ambiente era cálido y acogedor.

    Yo pienso que cuando Moisés iba a nuestra casa, secretamente iba buscando un poco de ese "calor de nido" del que tanto necesitamos los humanos.

    Vaya en estas letras el mejor de los recuerdos para Moisés, un hombre bueno que murió como mi padre y como tantos miles de hombres, víctima del terrorismo franquista.

 

UN MÁRTIR QUE "DOS VECES MURIÓ"

Era un muchacho de unos veinticinco años, un tanto solitario y retraído. Cuando salía a pasear siempre se le veía con un libro debajo del brazo. No podía estudiar pues su padre era un humilde zapatero -León , el zapatero- él allí trabajaba con su padre. A fuerza de leer, y como todo un autodidacta, se fue forjando a sí mismo.

    Llegada la rebelión franquista en 1936, una noche fue arrancado de su casa por los falangistas de Alaejos. A cierta distancia del pueblo fue asesinado juntamente con otros hombres que aquella noche de terror componían el grupo de mártires. Pero nuestro muchacho sólo experimento la muerte virtual. "Que tiene virtud para producir efecto". Algo así como si hubiera vivido su propia muerte.

    Allí, frente a los asesinos -acaso un vecino- el dolor del disparo, la escena de terror como una alucinación. Luego el silencio, sin saber si es la vida o es la muerte. ¿Es sueño o es realidad? ¡Pero el corazón palpita! Después, ver que sus compañeros están junto a él y constatar que ya no viven. ¿Qué pensamientos le asaltarían? ¿Qué sensaciones en su corazón, qué ideas en su mente? Dado su espíritu cultivado acaso concibió ideas humanísimas que nos hubieran hecho estremecer de emoción. Su instinto le impulsó a ir a buscar alguna persona, a un ser humano. ¡Pero que difícil confiar en un ser humano después de lo vivido! Va herido y sangrante como un cristo. Se encontró con un pastor que le ofreció alimentos y cobijo en su humilde choza. ¡Un ser humano! Allí permaneció durante unos días.

    Cuando se supo la noticia de que vivía, se personó un falangista-franquista, como una alimaña acecha a la presa, de un mazazo le destrozó la cabeza.

    ¡Ahí va mi sentir por su dolorosa muerte!

 

LA CONCIENCIA ES A LA VEZ TESTIGO, FISCAL Y JUEZ

    Esta frase tan rotunda, tan estremecedora, diría yo, bien podría ser atribuida a Lope de Vega o a Calderón de la Barca.

    En este caso nos va a servir como ejemplo para resaltar cómo por la conciencia podemos ser felices o desgraciados según sea nuestro comportamiento. Se dice que la conciencia es un conocimiento interior del bien que debemos hacer y del mal que debemos rechazar. Por encima de todo está el mandamiento divino "No matarás".

    En Alaejos sucedió lo que voy a relatar:

    Un labrador de unos cuarenta años vivía, al parecer feliz con su esposa y sin problema alguno. En el año 1936, llegada la rebelión franquista, este hombre se destacó como una persona agresiva y violenta. Solía hacer gala de que él era el falangista que más personas había matado en el pueblo.

    Pasada esta euforia, se fue quedando mustio, triste, cabizbajo. Había comentado que unas sombras le perseguían, le atormentaban. Pero todo esto no era más que la conciencia que no le dejaba vivir, recordándole a las personas inocentes  que él había matado.

    Hasta el extremo llegó esta situación, este no vivir, que un día decidió ahorcarse, colgándose de una viga de la cuadra de las mulas.

    He de decir que en Alaejos, los falangistas-franquistas mataron a 40 personas, cuarenta mártires inocentes, de los cuales de todos ellos yo no conozco sus nombres ni como murieron, y es por eso que sintiéndolo mucho, no aparecen sus nombres en mis escritos.

 

LA MUERTE DE UNA MAESTRA DE NIÑOS

    En el año 1975 mi marido y yo nos fuimos a Madrid. Allí pasamos un larga temporada. En este tiempo tuvimos la suerte de conocer a Carmen Sender, la hermana mayor del escritor Ramón J. Sender, autor del libro Requiem por un campesino español y de otros valiosos  libros.

    A Antonio, mi marido, y a mi nos encantaba conversar con ella, pues Carmen era toda una gran conversadora.

    Se estableció una amistad y nos contamos los zarpazos que recibimos del franquismo. Carmen nos relató la horrible muerte que sufrió la esposa de su hermano Ramón J. Sender: "En el año 1936 Sender y sus esposa vivían en Zamora donde ella ejercía como maestra nacional. Llegada la rebelión franquista, los falangistas de Zamora fueron a detener a Sender pero no estaba en casa, detuvieron a su esposa y fue llevada al cuartel de Falange de Zamora. Allí le exigían que dijera dónde estaba su marido. Ella nunca lo dijo y le dieron tales palizas que murió."

    Hacia solamente quince días que había dado a luz a una criatura. Carmen nos contaba que cuando fueron al cuartel de Falange de Zamora a recoger el cadáver estaba irreconocible, que era espantoso, dantesco.

    Esta mujer joven, esta maestra de niños que hacía quince días que había traído al mundo a su hijo, estaría henchida de amor y de felicidad sin sospechar que la barbarie franquista le había condenado a ser bárbaramente, brutalmente apaleada hasta morir.

¡Silencio, no hay palabras!

 

DON JUAN Y DON ESTEBAN -MAESTROS-

    Yo sólo conocía sus nombres y nunca supe cómo eran sus apellidos.

    Lo que si sabía es que eran dos hombres inolvidables por su simpatía y por su generosidad, y un tanto también por su aspecto físico.

    D. Juan era de estatura media, ojos azules en un rostro sonrosado y amable. D. Esteban era alto, moreno, con ojos negros, muy expresivos que invitaban a relacionarse, a hablar con él. Los dos eran casados y vivían con sus respectivas esposas e hijos.

    En los años 1932-34 en Alaejos se construyeron dos hermosos edificios destinados para Escuelas Nacionales. Un edificio se dedicó para colegio de niñas con cuatro maestras y el otro edificio para colegio de niños con cuatro maestros. De entre los ocho maestros, todos magníficos, enseguida se distinguieron D. Juan y D. Esteban porque además de enseñar a leer y a escribir a los niños, también enseñaban a los trabajadores que eran analfabetos.

    Llegada la barbarie franquista D. Juan y D. Esteban fueron detenidos por los falangistas de Alaejos y desaparecieron para siempre.

    Se dijo, y esto era cierto, que a D. Juan, llevados por sus instintos salvajes y criminales, los falangistas le cortaron la lengua para que no pudiera hablar. De todos esa sabido que D. Juan tenía un don especial por el cual con sus palabras plenas de bondad y de humanidad, podía llegar al corazón y al sentimiento de las personas. Esto, sus asesinos, no lo pudieron soportar.

    Posteriormente he sabido cómo eran sus apellidos: D. Juan Estebaranz Casla-Segovia y D. Esteban Domínguez Rodríguez.

 

UN MÁRTIR Y SUS ESCAPULARIOS

    Demetrio Berdote era un trabajador del campo, un jornalero. Tenía una hermana monja, y en su pecho donde nadie los veía, por lo visto, siempre llevaba colgados al cuello los escapularios de la Virgen del Carmen que su hermana le había mandado.

    También tenía Demetrio siete hijos habidos en su matrimonio con María, su esposa, una mujer plena de amor y bondad. Además era un hombre inteligente por naturaleza y siempre que tenía ocasión trataba de aprender, de cultivarse y lo hacía leyendo todos los libros que caían en sus manos. Libros de historia, biografías. De ahí que su modo de hablar, de expresarse, llamase la atención que un obrero hablase así y sobre todo, por lo visto, era peligroso que otros obreros oyesen lo que él aprendía en los libros.

    1936 -año de guerra y de terror- una noche paró a su puerta aquel fatídico camión de la muerte.

    Los asesinos falangistas-franquistas de Alaejos iban a por él.

    Demetrio salió y postrándose de rodillas con los escapularios en sus manos, les rogó que no le matasen, porque como él decía: "¿Qué van a comer mis siete hijos y mi mujer enferma?"

    A trompicones le subieron al camión y allí quedó dibujada en el aire, aquella escena digna de un cuadro de Goya parejo con "Los fusilamientos de 1808".

 

BRÍGIDA LA CACHARRERA

    Brígida y su marido Félix eran un matrimonio sin hijos, muy felices. Félix era un trabajador del campo que en los días de fiesta tocaba el tamboril en la procesión de la virgen. Brígida era una mujer sencilla y cariñosa que vendía cacharros de barro vidriado: pucheros, cazuelas, botijas, etc.; que portaba un paciente burro por las calles de Alaejos.

    Cuando me encontraba con Brígida y su burro por la calle, siempre me decía: "Gabrielita, qué guapa estás". Yo tendría unos diez u once años.

    Brígida y su marido vivían en la casa de D. Luis Morante como cuidadores de la casa y de este señor, que era muy buena persona. Era padre de dos hijos sacerdotes en el vecino pueblo de Nava del Rey.

    Digo que cuando me encontraba con Brígida en la calle, me llamaba la atención su porte distinguido: era alta, esbelta, siempre vestida de negro, tenía unos hermosos ojos verdes y hablaba pausadamente. Era una mujer que sin ella proponérselo causaba admiración y respeto, algo así como una heroína de la mitología griega. Y este aspecto suyo fue confirmado por su muerte trágica.

    En el desgraciado año de 1936 fue asesinada junto a su marido y otros mártires por los falangistas franquistas de Alaejos.

    Una noche paró a su puerta aquel fatídico camión de la muerte. Iban a por su marido. Brígida salió y dijo que a donde fuera su marido también iba ella. Y allá se fue Brígida subiendo al camión con su marido en un alarde de amor y valentía.

     Alguna veces D. Luis Morante iba por nuestra casa y tristemente llorando decía: "Me han matado a ese matrimonio que eran tan buenos y me cuidaban y yo los quería mucho".

 

EPITAFIO PARA UNA TUMBA IGNORADA

    Hace muchos años un señor de Alaejos me dijo: "No olvides lo que te voy a decir; cuando tu padre vivía en el pueblo nadie pasaba hambre, porque al que no tenía que comer tu padre le daba de comer." Y no lo he olvidado.

    Yo no sé dónde están los restos de mi padre, dónde fueron enterrados, eso lo sabrán los asesinos falangistas-franquistas de Alaejos. Pero yo no me resigno a no tener su tumba, su sepultura y por eso, en mi imaginación he creado una. Acaso en un cercano pinar, en tierras de labor, o tal vez a orillas del Duero. ¡Quién lo sabe!

    Yo, sobre esta sepultura imaginada, en el aire he escrito este epitafio basado en aquellas palabras que me dijo aquel señor hace muchos años.

    "Aquí yace Hilario-Bernardo González, el pañero. Cuando el vivía, en Alaejos nadie pasaba hambre porque el que no tenía que comer, Bernardo le daba de comer."

    Este recuerdo doloroso de la muerte de mi padre, siempre ha presidido mi vida y a medida que han ido pasando los años se ha ido acrecentando en mí, más si cabe, el odio y la indignación por su muerte tan injusta y cruel. Su recuerdo pervive en mi fielmente: tenía unos preciosos ojos azules-grises y un hermoso bigote en contraste con el plateado de su cabellera cortada a cepillo -tenía 55 años-. Por encima de su físico estaba su modo de ser; era muy cariñoso y siempre tenía una palabra amable para todos. Cuando nos le arrebataron perdimos la luz que él nos transmitía.

   

    Hace más de sesenta y cinco años que nosotros, la familia González Hernández, arribamos a esta tierra vasca. En los trazos de estas letras vaya nuestro agradecimiento al pueblo vasco que fue nuestro refugio cuando llegamos tan perseguidos, tan heridos, ...

 

¡Salve, hermosa Euskal-Herria!

 

- A mi padre - 26 de julio de 1936

            Es noche en Castillla,

    Arriba, las estrellas están vigilando

    Unos hombres salen de un coche negro

            ¡Mal presagio!

            Es noche homicida

            En el aire dolorido

            Restrallan los disparos

            Y las vidas de los hombres

            Quedan segadas

    Sus ojos están abiertos, desorbitados,

            Preguntando a las estrellas

            ¿Por qué nos han matado?

            Ninguno de los fascistas

            Se atreverá a cerrarlos.

    En la fosa común arrojaron sus cuerpos

            Y taparon con barro.

    Luego se fueron corriendo, temblando

            Los del coche negro

            El del mal presagio.

    ¿Por qué os escondéis, cobardes?

            ¡Empeño vano!

    Arriba, las estrellas estarán vigilando

    Y nuestros ojos, abajo, os seguirán mirando

            A través del tiempo

            Y a través del barro.

 

Caperucita roja

    Existe en nosotros el recuerdo de aquellas personas que amamos con todo nuestro amor; pero también existen cosas materiales, objetos que sin ser de carne y hueso parece que tienen algo humano, algo así como un hálito de vida y es porque representan y simbolizan el amor que sentimos por aquella o aquellas personas relacionadas con esos objetos. son recuerdos que al tocarlos parece que se iluminan.

    Es el caso de mi Caperucita roja. Se trata de la clásica muñeca de los años treinta, tan de moda en aquella época; es una muñeca de tamaño medio, rellena de serrín, con su capa roja y su capuchón, dos trenzas rubias y unos bonitos ojos azules.

    Esta muñeca me la trajo mi padre de Madrid y supuso para mí un encanto, una delicia y me sentí muy feliz. Recuerdo que nadie podía tocar mi muñeca porque me enfadaba. Pasó a ser mi juguete predilecto. Yo la cuidaba con gran esmero como si presintiera que tenía algo especial para mí, yo no podía sospechar que era el último juguete que me regalaba mi padre, y así fue. En el malhadado año de 1936 mi padre desapareció víctima de las hordas falangistas-franquistas de Alaejos.

    En aquellos tiempos de dolor y de terror y sin aquel padre tan cariñoso yo me refugié en mi madre y en mi muñeca a quien yo cuidaba como si ella también sufriera. Luego los años van pasando como galopando sin freno.

    Antonio, mi esposo, que conocía la historia de mi muñeca y como hombre muy entrañable y muy sentimental que era, le emocionaba. Ya han pasado más de sesenta y cinco años y Caperucita sigue conviviendo conmigo.

    Cuando mi esposo falleció, cuando me quede sola, mi muñeca se ha convertido en la compañera fiel de mis horas de soledad.

    ¡Algunas veces me parece que un corazón palpita a mi lado y que no estoy sola!

 

LA TÍA MAURA

    Quiero hacer un retrato de todo lo que fue la tía Maura.

    Era la hermana menor de mi padre, estaba soltera y tenía 53 años.

    Vivía en una pequeña casa en la calle principal. A mi me gustaba mucho ir a su casa pues allí todo era bonito y ordenado, me parecía que allí vivía un hada o algo así. Pero lo que más me llamaba la atención era una habitación que ella había convertido en un oratorio. Así, arriba, colgado de la pared, un hermoso crucifijo. Un poco más abajo un  cuadro con la imagen de la Virgen de la casita, patrona de Alaejos. Así, delante un altar con su sabanilla y todo y su lamparilla. Las paredes estaban adornadas con pequeños cuadros de todos los santos y todas las santitas de la corte celestial. Ella allí oraba. Todo su afán era ayudar a los demás, amar y repartir caricias y besos.

    Llegado el desgraciado año 1936, la tía Maura fue arrojada de la Iglesia de Santa María y golpeada en la cabeza hasta sangrar con la llave de la iglesia, por el sacristán Mauro, con el beneplácito del cura párroco D. Antonio que contemplaba la escena. Estas dos personas se distinguieron por ...(falta un trozo de texto que no nos ha llegado)

... casa y muy emocionada, nos contó lo que había sucedido. Cuando se marcho se fue diciendo "la Virgen de la  casita me ha salvado".

    La tía Maura sufrió mucho por la muerte de su hermano Bernardo, mi padre, y de ver como nuestra vida se derrumbaba.

    Terminada la guerra en el  año 1939, aquella horrible guerra que tanto dolor y muerte trajo a España, nosotros decidimos trasladarnos a San Sebastián. Cuando fuimos a despedirnos de los tíos Macario, Águeda y Maura, recuerdo que la tía Maura gritaba angustiosamente, ella no quería separarse de nosotros, nos amaba en extremo.

    A los tres días de estar en San Sebastián recibimos la mala noticia que la tía Maura había fallecido como en un ataque de locura. Si, no lo dudo, la suya fue una locura de amor, de aquel gran amor que irradiaba tu corazón, querida e inolvidable tía Maura.

¡La paz sea contigo!

 

    Una escena que he contemplado muchas veces cuando era niña y que tenía la virtud de hechizarme era ésta: en Alaejos en los meses de abril y mayo se celebraban las bodas. Los novios solían ir a nuestro comercio acompañados de algunos familiares para comprar el ajuar o arreo. Lo primero que hacia mi padre era sacar un hermoso y brillante baúl que era el regalo del a casa. Se colocaba el baúl en medio del comercio y allí iban echando mantas, sábanas, toallas, telas para camisas y demás ropa interior. La tela para el vestido de la novia, que era de raso o crespón blanco o negro, el paño para el traje del novio -antes se hacía todo a la medida-, el sombrero el novio que se probaba al espejo. Los zapatos de charol del novio y también los de la novia. Para la cama de novios cocha de seda. ¡Había que ver la cara de felicidad de aquellas personas, parecía salidas de un cuadro! Los que disponían de dinero lo pagaban al contado y los que no disponían de dinero mi padre anotaba el importe de todo aquello en un libro muy grande. Pasado el verano y recogida la cosecha, pagaban la deuda. Se cerraba el baúl y entre el novio y algunos familiares, como si fuera un rito, se llevaban en hombros aquel baúl, saliendo del comercio de Hilario-Bernardo González.

    ¡Eran tiempos felices plenos de amor y de alegría!

   1936 -Dolor y muerte- Los falangistas de Alaejos incautaron los libros del comercio y dieron un bando en el pueblo exigiendo a los deudores que fueran a pagar la deuda al cuartel de la Falange. Nosotros no recibimos dinero alguno. También se llevaron el coche, la radio y no se cuantas cosas más. Pero lo peor de todo es que se llevaron la vida de mi padre, que era lo que más valía.  La casa quedó triste, oscura, silenciosa, con un silencio tan hiriente que llegaba al alma. Andrés y Sebastián a la guerra a pasar calamidades. Sólo estábamos en casa mi madre, Felisa, la hermana mayor ,  Vicente y yo, los dos menores.

    Edmundo, el hermano mayor, sin cometer ningún delito -nadie cometió delito alguno- fue llevado a las cárceles franquistas. Pasó cinco años en el penal de Burgos. Cuando volvió a casa, nosotros ya en San Sebastián, nos impresionó mucho su aspecto. Hacía gestos mecánicos, miraba como si alguien le persiguiera. Por la noche cuando dormía le oíamos gritar. Nuestra madre, toda una madre coraje, con su inmenso amor y el cariño de los hermanos conseguimos que poco a poco fuera recuperando su personalidad. Nos contaba Edmundo que aquellos cinco años de su vida fue como un largo y horrible calvario. Había peleas por las mondas de las frutas.

    En las noches gélidas de aquellos crudos inviernos burgaleses hacían salir al patio, totalmente desnudos, a toda la población reclusa. Durante mucho tiempo les hacían correr alrededor del patio. A medida que iban pasando lo guardias les iban pegando. Cuando tocaban retirada siempre quedaba en el suelo algún hombre muerto por el frío, por un golpe o por un vómito de sangre.

    Otras noches había saca de hombres. Aquellos que se llevaban, ya no volvían nunca más. A la mañana siguiente, al rayar el alba, una diana floreada anunciaba a todos que habían sido ejecutados, asesinados, en el patio de la prisión. ¡Penal de Burgos!

 

He escrito mis memorias donde he recogido la historia de Alaejos, el pueblo donde yo nací, que fue muy rica pues hace años, hace siglos, fue obispado, aún existe el caserón donde habitó el obispo Fonseca, que según la historia fue un hijo natural del obispo Fonseca de Salamanca. Ahí están sus iglesias de Santa María y San Pedro, monumentos nacionales, con sus magníficas y esbeltas torres mudéjares que en la gran llanura castellana son un toque de atención para el viajero.

    Digo que Alaejos fue muy importante pues por sus aledaños pasaba la cañada real por donde discurría la mesta o sea los grandes rebaños de ovejas propiedad del rey de Castilla y de la iglesia católica -luego la historia de nuestros antepasados castellanos, de nuestra familia.

    Todo esto lo he hecho pensando en los jóvenes de la familia, porque aunque hablen el "euskera" y lleven algún apellido vasco, que los tienen, quiero que conozcan y no olviden sus raíces castellanas y sobre todo para que vivan en alerta y no consientan que nunca más vuelva a producirse un dictador cruel y asesino que pueda perturbar sus vidas.