“Son engañosas las apariencias”

  

Muy pintón, muy guaperas él. Y Marta, atiborrada desde su niñez con cuentos de hadas, se arrojó  sin parar mientes en los brazos del que creyó su príncipe azul.

Lo demás vino fluido: se concedieron un primer mes que se convirtió en un segundo que aspiró a un tercero y culminó en un cuarto.

Y así la corriente de la vida la llevó a la deriva hasta la gran tormenta que se desató aquella noche.

Los celos fueron el detonante: que si por qué le has sonreído; que si qué  forma de mirar a otro es esa; que si… Y Marta cada vez más encogida, sepultada bajo toneladas de incredulidad, decepción y miedo.

Finalmente, la noche se rompió en mil añicos cuando su príncipe azul le propinó una bofetada que le dolió más en el alma que en la cara.

Solo una mendiga harapienta intervino en su defensa, poniendo en fuga al agresor. “Cuídate, niña”, dijo. Y se alejó arrastrando su pobreza hacia la oscura noche.

Y Marta pensó entonces en cuán engañosas son las apariencias, cómo los malos parecen buenos y viceversa, y cómo la oscura ansia de dominación se disfraza con los ropajes coloridos del amor.